En el estacionamiento

    La última vez que estuve en Buenos Aires me encontré en el último piso de un estacionamiento los cuentos completos de Roberto Bolaño. Estaban en un cajón de plástico con otros libros y papeles (boletas de servicios sin pagar, hojas A4 con facturas impresas) llenos de polvo y hollín, pero en buen estado.
    Hace 10 o 15 años por lo menos debería haber leído a Bolaño. Hace probablemente 17 años Roche había empezado a leerlo con mucho entusiasmo, pero yo no me enganché. Antes de eso le gustaba Spinoza (por supuesto) que tampoco lo leí nunca, y antes elogió El cuarteto de Alejandría, entre muchos otros libros y autores que probaba como drogas nuevas (se había propuesto probarlas todas, y creo que lo hizo). La verdad que fue flojo de mi parte no haber leído nada de lo que él nombraba en aquella época. Pero sigo escuchando la música que me pasaba: el otro día volví a escuchar a una banda francesa llamada Rinôçérôse. 
    Roche es uno que conocí en la facultad. Si yo dijera acá que era un exiliado chileno en México o España y contara un poco de su vida, y lo que significó en la vida del narrador (un escritor o un aspirante a escritor, chileno, exiliado), estaría empezando a escribir un relato muy similar a los 2 o 3 que leí de Bolaño. Me gustaron. 
    El volumen de sus Cuentos, así a secas, (lo que quiere decir que quizás no son completos: la verdad que no sé) tiene una tapa roja y una ilustración muy fea donde se lo ve a Bolaño fumando un cigarrillo. 

    En el cajón también había un libro de un viajero inglés traducido por César Aira y una compilación de cuentos de Horacio Quiroga (de la editorial Bärenhaus, que parece bastante cuidada, mejor que las que suelen verse de ese autor). Buenos libros. ¿Por qué alguien los dejó ahí tirados? Estaban contra la pared de un espacio del estacionamiento donde no había ningún auto. Yo estaba esperando al lado del ascensor que mi cuñado, en la otra punta del estacionamiento, terminara de sacar el auto de su madre. Estabamos por ir a un lugar que ya no recuerdo. Vi que había unos libros y los fui a buscar.
       Bolaño puso como introducción sus "consejos sobre el arte de escribir cuentos". Dice que mejor no escribir ni uno ni dos cuentos a la vez, sino muchos más. El número 9 dice "La verdad de la verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra". Me hizo acordar a la "Filosofía de la composición", que (estúpido de mí) recién leí hace unos meses por primera vez. Qué garrón no haberlo leído antes. 
    Según asegura en el texto, Poe escribió esa obra maestra del ensayo de crítica literaria para explicar cómo compuso El Cuervo. Me pareció muy gracioso. Es tan increíble que Poe haya podido hacer así su más famoso poema, que pensé que en verdad todo era un chiste, y que había que leerlo más bien como una guía de lectura y no de escritura. 
    Quizás Piglia propuso algo similar, suena como algo que él diría, para abundar de inmediato en la versión resumida y trivial de lo que aprendió del formalismo ruso. En todo caso, por más odioso que me resulte lo que representa Piglia y que la gente lo lea porque salió en la tele y se murió, no creo que me haya venido tan mal leerlo. 
    Pero yo soy team Fogwill. For ever. 
   Me acuerdo de cuando en un artículo que salió en el suplemento de La Nación Fogwill definía a Piglia y Bolaño como las apuestas para el mercado hispanoparlante de Anagrama. Pero no les pegaba mucho. Sabía que no había mucho que hacerle, calculo. Ahora a una parte de su obra también la edita esa editorial. Una de las pocas "independientes" grandes que quedan.
    
    Hace poco pudimos instalar bien los libros de Clara en un estante nuevo que está al lado de la puerta del baño. Así que a veces saco uno y me lo llevo para leer. Yo le regalé los Cuentos completos de Fogwill pero ella todavía guardó la edición de Sudamericana de Pájaros de la cabeza (yo lo tenía, pero estúpidamente lo regalé). En la solapa de ese libro, igual que la contratapa, obviamente escrita por el mismo Fogwill, volví a leer aquellas frases de Piglia: "con su característica mímesis histérica, se cree un personaje literario, escribe para una demanda de moda...", que Fogwill mismo cita para después decir que "tal vez por ello [Fogwill] cautiva por igual a los críticos de prensa, a los del underground juvenil y a los analistas universitarios". 
    Las frases de Piglia son de una carta que él mandó al Diario de Poesía (número 28, del año 1994) para responder a unas cosas que Fogwill había dicho en una entrevista del número 27. En la siguiente entrega de la revista Fogwill le respondió así: "[Piglia] parece una señora de barrio norte que juega al psicoanálisis vulgar y diagnostica 'masoquismo' cada vez que no entiende lo que está leyendo. Sesentista, parodia al peor Sartre (...). Él mismo es producto de una exageración. Autor de cuatro excelentes relatos y de dos novelas dispares y valiosas dentro de sus respectivos géneros, ha tejido sobre sí mismo el mito de que -como su maestro, Sábato- él también es un escritor que piensa". 
    Aira ya lo había tratado a Piglia de discípulo de Sábato en los '80. Me acuerdo que hace unos 10 años o algo así volvieron a intercambiar unos durísimos insultos: Aira lo llamó "profesor", Piglia le respondió citando a Macedonio Fernández... porque claramente quería jugar ese papel de salamín, parece. 
    
    Pero lo relevante de aquella peregrina polémica, en estos días de cacerolazos y ruidazos en defensa de la cultura, es que Piglia se apuró a defender a la beca Guggenheim de las "falsas sospechas" que Fogwill supuestamente quiso levantar al respecto. A eso Fogwill le respondió así: "[Piglia] Sale a defender lo que llamamos [con Daniel Freidemberg, el entrevistador] 'cultura garronera' (los escritores que llenan obedientemente el formulario de la Fundación Antorchas, y los que comparecen ante la embajada americana a mendigar la Guggenheim...) pero solo atina a argumentar 'yo mismo recibí la Beca'".
    Parece que durante unos años había que hablar con Piglia para poder presentarse a la Guggenheim. No la daban si uno no se presentaba y creo que hay que ir con recomendación de alguien que la haya ganado. En 1991 Piglia lo propuso a David Viñas y se la dieron (obvio). Eran 25 mil dólares. Pero Viñas, que no tenía un peso, la rechazó, en un gesto cuya finalidad fue "dramatizar el campo intelectual" de la manera bastante ególatra que supo ejercer Viñas y después -a su manera- el mismo Fogwill, que no rechazó la beca Guggenheim en 2003. Gugleando me entero ahora de que fue Saer el que lo propuso. A Saer seguramente lo propuso Piglia, o Sarlo, que la ganó en 1994.

    Y ahora tendría que poner una conclusión acerca de los ruidazos culturales aprovechando alguna enseñanza que pueda sacarse de esas anécdotas pero, como se ve, no hay mucho que se pueda sacar en limpio. Se necesita guita y las fundaciones y el estado suelen ser la fuente de esa guita. Cada vez más lo serán en el caso de la literatura porque su público (su mercado) solo se amplia con aquello que solía fabricarlo: el sistema escolar en todos sus niveles. Por eso (y por otras cosas que tampoco ayudan) hay cada vez menos personas a quienes se les puede vender palabras impresas en papel. 
    La cuestión será ver cómo se hace para no venderse del todo, para guardarse algo. 
 

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