Pensamientos inoportunos
Anoche después de apagar la luz, cuando ya tenía que dormirme, pensé que la dignidad no es algo que se tiene en el mismo sentido que se tiene un problema de sobrepeso. O un auto. Si es que se puede decir que uno tiene dignidad, será a lo sumo como un punto de orientación, un objetivo a alcanzar. No se alcanza, nos arrastra toda esta gran marea planetaria de miseria y explotación desaforada, pero se puede no obstante tratar de no perder de vista la dignidad, seguir dándole la cara al menos. Caer de espaldas.
Entonces me acordé de aquella fábula determinista de las limaduras de hierro que alegremente musitaban, en su camino al imán, que iban hacia allá por su libre albedrío.
Antes de eso pensé otra cosa pero ahora no me puedo acordar. Debería haberla escrito pero ya era tarde, más de las 12.
Me pasó muchísimas veces que los pensamientos lleguen en su momento más inoportuno. Es algo común. Hasta en un momento llegué a tenerlo previsto, porque había leído en algún artículo de revista que así funcionaba el pensamiento, entonces cuando tenía que escribir una monografía para la facultad pasaba por ejemplo la mañana leyendo, hasta que llegaba el mediodía y tenía que ir al chino a comprar para almorzar. En el camino de vuelta se me ocurría cómo relacionar un texto con otro, o qué significaba una cosa que había notado. Cuando llegaba a mi casa lo anotaba o me ponía a escribir directamente.
En aquella época tenía más tiempo. Y no tenía smartphone.
Hace un tiempo lo escuché a Pagni contar que Homero Alsina Thevenet le decía: "yo cuando tengo que escribir una nota, a veces me recuesto en el sofá y pienso". Eso era todo.
Y el otro día estaba escuchando Electric Arguments (el disco que Paul McCartney sacó con el heterónimo The Fireman) y me acordé de las veces que el tipo demostró frente a una cámara cómo componía una canción. "Lo hace parecer tan simple", diría uno, pero Paul sabe que es simple. Lo que no quiere decir que si uno se pone a boludear con una guitarra le va a salir "Get Back", como se ve en ese documental que salió hace un tiempo. El único problema sería que uno no es Paul McCartney, pero es posible que no sea un problema, si uno lo piensa bien.
Antes de estos pensamientos me reencontré con un fragmento de un texto de Barthes que copié en un cuaderno:
El trabajo (...) debe estar encuadrado en el deseo. De lo contrario, el trabajo es triste, funcional, alienado, y está movido por la mera necesidad de aprobar un examen (...). Para que el deseo se insinúe en mi trabajo, es necesario que ese trabajo me sea exigido, no por una colectividad que busca asegurarse de mi labor, sino por una asamblea viviente de lectores en la que pueda oírse el deseo del Otro (y no el control de la Ley). [traducción de M. Battistón]
ahora que escribía todo esto me di cuenta de que cuando volví a ese fragmento estaba pensando en otra faceta del mismo problema.
El pensamiento viene solo, hay que saber escucharlo nada más. Pero para escribir ensayos hace falta eso de lo que habla Barthes. Se me volvió a presentar la cuestión esta semana cuando, a propósito de una convocatoria que se abrió, pensé en la posibilidad de ampliar unos ensayos que escribí para mandarlos y que se publiquen como libro. La idea la había tenido hace mucho en relación a la misma convocatoria (que entonces ya estaba cerrada) y debería haber empezado a hacer esas modificaciones en aquel momento, pero fue cuando me enteré de que se abría esa oportunidad que volví a hacer algo al respecto.
Antes de enterarme de esa convocatoria el fragmento me despertó nuevamente la incomodidad que siento por necesitar esa "asamblea viviente de lectores". Barthes está hablando de la investigación académica, calculo que por eso dice que esa asamblea debe ser viviente y no imaginaria. Para la escritura de ficción es todo lo contrario, como avisaba Quiroga: "No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia...".
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