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En la barbería

     -¿Y vio alguna noticia del paro ese que había hoy?     Me preguntó el pibe después de ponerme el coso ese que te ponen para que no te llenes todo de pelo. No sé cómo decirle, es eso como un delantal de una tela sintética por la que los pelos húmedos se resbalan y caen al piso. Este tenía el logo de Gucci impreso en letras enormes.      Fue la primera pregunta que me hizo, ya en plan "charla de peluquería". Me sorprendió que empiece por ahí y no por el clima. Yo nunca tengo ganas de hablar cuando me cortan el pelo y aprendí (tarde, como tantas cosas) que es mejor no hablar de política en situaciones cotidianas con personas que no conozco.      Yo no iba a hacerme paro a mí mismo y no fui a la marcha de ese día (con una buena excusa: tenía que cuidar a mi hija de 6 meses). Tampoco fui a las reuniones de la multisectorial que se armó en Regina. Ni siquiera seguí mucho las noticias del tema. Ese día me pareció que el paro había llegado tarde, cuando ya la rosca estaba hecha.

Estacionamiento

    La última vez que estuve en Buenos Aires me encontré en el último piso de un estacionamiento los cuentos completos de Roberto Bolaño. Estaban en uno de esos cajones de plástico, con otros libros y papeles (boletas de servicios sin pagar, hojas A4 con facturas impresas) llenos de polvo y hollín, pero en buen estado.     Hace 10 o 15 años por lo menos debería haber leído a Bolaño. Hace probablemente 17 años Roche había empezado a leerlo con mucho entusiasmo, pero yo no me enganché. Antes de eso le gustaba Spinoza (por supuesto) que tampoco lo leí nunca, y antes elogió El cuarteto de Alejandría , entre muchos otros libros y autores que probaba como drogas nuevas (se había propuesto probarlas todas, y creo que lo hizo). La verdad que fue flojo de mi parte no haber leído nada de lo que él nombraba en aquella época. Pero sigo escuchando la música que me pasaba: el otro día volví a escuchar a una banda francesa llamada Rinôçérôse.       Roche es uno que conocí en la facultad. Si yo dijera

Ridi

     El otro día me sentí rarísimo porque alguien me trató bien. Alguien que no era ni mi madre ni mi mujer ni mi mejor amigo. Se sintió raro no solo porque vino de una persona a la que apenas conozco (ni sé su nombre), sino porque fue en una situación en la que no es usual que alguien te trate bien.       Acostumbrado a estar replegado, sometido a la ley, no supe cómo reaccionar a que alguien abriera una instancia de reconocimiento mutuo por fuera, en un margen. No estoy hablando de nada transgresor, más bien de algo "inocente" en el sentido de indiferente o inocuo. No, no es esa la palabra. En fin. Detecté inconscientemente lo que había sucedido, pero estaba apurado y de mal humor, así que traté de no ser muy descortés ni decir nada fuera de lugar, pagué lo que debía y me fui a otro mostrador, donde encontré la acostumbrada mirada de desprecio que suelo recibir en este pueblo, en pago por mi descortesía y mi mal humor de otras veces.       No estoy afirmando nada, ni niego.

Talleres o vanguardia

Todos estamos frente al martillo y el yunque. Nuestra tarea es crear.  Paul Gauguin I      Hace ya un par de años, un tipo que se dedica a la música pero también le gusta escribir y leer, me mandó un mensaje por Facebook para preguntarme si estaba dando un taller literario. Le respondí: “desde este momento, sí”.      Me alegró que se comunique conmigo, porque me habían hablado bien de él y me gustaba su música. Nos encontramos unos días después. No había ninguna necesidad de que él participara de un taller literario dictado por mí, porque hace rato conoce el arte de componer y cantar canciones (es, para mí, un cantautor tan bueno como Fernando Cabrera o Andrés Calamaro. Quizás, una mezcla exacta de esos dos estilos). Tampoco lo necesitaba un amigo de él, que se sumó al supuesto taller y tampoco necesitaba asistir a ninguno: es Damián Catini, uno de los escritores más interesantes de la zona.      Yo pensé que querían hacer un taller literario conmigo por un libro de ensayos que había p